Imagen: Niño caminando en un callejón, camino de la plaza en Nerja, Málaga. Fotógrafo: David Symour, 1951.
La arquitectura del Sur siempre fue ese bastidor blanco, sencillo y silente —a veces invisible— donde el hombre se entrega a la felicidad casi sin darse cuenta. Tradicionalmente, y de forma despectiva, se ha dicho del hombre del Sur que era indolente; que encogiéndose de hombros y con esa última frase de «si estaría de Dios» ponía remedio a lo más grande. Es verdad. Y ello demuestra que su alegría no es impostada.
Aquí, la vida se entrelaza con la arquitectura y ésta, a su vez, con el paisaje: una brizna de hierba sobre una tapia, el olor a azahar, la fresca brisa del mar o el agua que circula por una acequia. Todo ello hilvana un discurso donde el ojo pierde el monopolio de la emoción, delegando en el tacto, el oído y el olfato. La belleza es eso que nos encontramos cuando regresamos de buscarla. Allí estaba: esperándonos.
El Sur tiene el clima, la posibilidad y la gracia; e invita a disfrutar de la vida sin renunciar al placer de lo cotidiano: guarecerse a la sombra de un porche, leer debajo de un olivo o refrescarse en una alberca. La arquitectura del Sur ha reconciliado el placer con la austeridad de una forma natural. Seguramente ahí resida la felicidad —también la Arquitectura—: en tener la habilidad de multiplicar el placer con actos sencillos.
José Francisco GARCÍA SÁNCHEZ, arquitecto
Texto publicado en el blog QUEESARQUITECTURA: